¿Y después, qué?
Parecía que todo lo teníamos resuelto. Teníamos la suerte de vivir en el primer mundo y todas las desgracias como el hambre, las guerras, las pandemias, la inmigración... sólo le ocurrían a los otros. Pero de pronto el mundo ha dado un vuelco y un pequeño virus nos ha recordado a todos que somos vulnerables y que lo que le pase a otro ser humano no nos puede resultar ajeno.
Todos hemos experimentado el agobio que supone quedarnos obligatoriamente confinados en casa y esto nos está haciendo valorar cosas y plantearnos otras que nos resultaban invisibles ¿Cómo viven las personas sin hogar? ¿Cómo puede ser no tener un sitio adonde ir a descansar, resguardarse del calor o del frio, guardar las pocas pertenencias, dormir sin miedo…?
La imagen de una persona viviendo en la calle nos resulta incómoda y nos golpea, si es que somos capaces de verla, así que nos las arreglamos para que este pensamiento, si alguna vez nos asalta, no se instale en nuestra mente y nos apresuramos a dar una respuesta que nos tranquiliza: “existen albergues y ellos están en la calle porque quieren”. ¡Dos falsas justificaciones en una!
El coronavirus ha puesto en evidencia muchas cosas, entre ellas la cara dolorosa y oculta de los más excluidos de la sociedad: las personas sin hogar. Desde los ayuntamientos, algunos más que otros, han buscado soluciones provisionales y esta vez sí se ha realizado un esfuerzo real sin precedentes, entre otros motivos por el hecho de que estas personas viviendo en la calle suponen un riesgo para la el resto de la población, y ahí ya nos duele.
De manera eficaz, las corporaciones han adecuado instalaciones a las que han provisto de lo necesario para atender la emergencia. En el caso de mi ciudad, San Fernando y encontrándose el albergue completo como casi siempre, se ha acondicionado un polideportivo escolar de 20 plazas, aunque la demanda fue mayor y el Ayuntamiento tuvo que ampliarlas.
Esta realidad que estamos viviendo ha dejado en evidencia que los recursos destinados al colectivo de personas sin hogar no son ni suficientes ni adecuados. Lo primero ha quedado demostrado porque los espacios creados para darles acogida se han llenado inmediatamente y los albergues convencionales se encuentran completos.
Referente a lo segundo, es decir que no son adecuados, también es una evidencia. Lo primero porque, salvo excepciones, la estancia en los albergues sólo está permitida por tres días. ¡¡Tres días!! ¿Y después?... A esto se suman otras dificultades como normas estrictas, horarios que no se corresponden con su forma de vida y, la mayor dificultad que para muchos hace que esta opción sea imposible, para entrar en el albergue tendrían que abandonar a sus perros, a quienes consideran su única familia.
Todos deseábamos que se levantara la cuarentena cuanto antes, pero muchas personas sin hogar que se encontraban alojadas en estas instalaciones provisionales, temían ese momento porque tendrían que volver a la dureza de la calle. Duele escucharles preguntarse: ¿y después de esto, qué?
El estado del bienestar es un pilar de nuestra sociedad, pero sería una mentira, una falsedad, una patraña si no da respuesta a los más vulnerables de todos: las personas sin hogar. Es el momento de explorar otras alternativas para acabar con esta exclusión social y buscar las respuestas que ellos necesitan, no las que nosotros queremos darles. En los días de confinamiento se puso en evidencia otros formatos de acogida diferentes a los albergues convencionales y donde se pueden atender sus necesidades básicas de seguridad, higiene y descanso.
El coronavirus también nos ha enseñado que a todos nos puede alcanzar el sufrimiento. Nos ha hecho comprender que sólo juntos podemos buscar soluciones. ¿Vamos a continuar mirando para otro lado política y socialmente ante el problema de tantas personas sin hogar? ¿Tendremos que esperar otra pandemia para mirar esta realidad de frente?
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